¿Por qué hay vinos que se te quedan en el alma?
- Gaston Padilla
- 30 may
- 2 Min. de lectura

Hay vinos que simplemente... se beben. Y hay otros que se te quedan en el alma, en la memoria, en el corazón. Pero ¿por qué? ¿Qué tienen esos vinos que nos hacen cerrar los ojos y sonreír sin decir una palabra? ¿Es su aroma, su sabor, su historia… o simplemente el momento?
No es solo lo que tomás… es con quién, dónde y cómo lo vivís.
Me acuerdo de un viaje improvisado, sin mapa ni apuros. En una mesa de campo, me sirvieron un Malbec joven, sencillo, sin etiqueta reconocida, ni poses. Lo acompañaban una carnita asada y la charla de un amigo amante ed vinos que hablaba de ellos como quien cuenta anécdotas de su infancia. Ese vino no tenía medallas, ni puntuaciones de Parker, pero se instalo en mi memoria. Me supo a montaña, a trabajo con las manos, a cariño por la tierra.
Desde entonces entendí que hay vinos que no se catan… se sienten. Y algunos, incluso, se te quedan para siempre.
El alma del vino: mucho más que taninos y barrica
Un vino se queda en el alma cuando te cuenta una historia que necesitas escuchar. Puede ser el Sauternes que abriste cuando nació tu hijo. O ese Cabernet de Mendoza que te regaló tu padre antes de que se fuera. Incluso un blanco sencillo en una cena de reconciliación.
A veces no recordás el nombre de la etiqueta… pero sí el olor de la noche, la música de fondo y la emoción de ese primer brindis.

Ciencia y emoción: cuando el cerebro se pone romántico
Nuestro olfato y gusto están directamente conectados con el sistema límbico, la parte del cerebro que gestiona las emociones y la memoria. Por eso, ciertos vinos activan recuerdos. Te transportan. Te hacen revivir un momento exacto de tu vida. Como un perfume… pero en copa.
Un vino puede estar técnicamente “correcto”, tener crianza en roble, cuerpo elegante, acidez equilibrada... y sin embargo, no conmoverte. Porque la emoción no se mide con fichas de cata. Se siente con el pecho.
Preguntas que a veces me hacen:
¿Un vino siempre sabe igual si lo bebo en dos lugares diferentes?
No. El entorno influye. El clima, la copa, la música, la conversación, tu estado de ánimo… todo suma (o resta).
¿Puede un vino barato emocionarte más que uno caro?
Claro. La emoción no tiene denominación de origen ni precio en dólares. Un vino humilde, con una historia poderosa o un momento especial, puede quedarse contigo para siempre.
¿Cuáles vinos tienen más “alma”?
Los que fueron hechos con ella. Bodegas familiares, vinos con historia, etiquetas que honran una vida, una lucha o un lugar. Pero, sobre todo, los vinos que vos viviste de forma especial.
¿Y vos, tenés un vino que se te haya quedado en el alma?
Contámelo en los comentarios. En este blog, brindamos por los que aún nos hacen temblar la copa… incluso años después.
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